Viernes 18 de agosto, cuando apenas si hacía veinticuatro horas del atentado de la Rambla de Barcelona, el consejero de Asuntos exteriores, Raül Romeva, recibía en el aeropuerto de Barcelona los ministros de Asuntos Extranjeros de Francia y Alemania, Jean-Yves Le Drian y Sigmar Gabriel. Le Drian llegaba al Prado hacia la cinco de la tarde y Gabriel menos de una hora más tarde. El recibimiento se hizo en la sala de autoridades del aeropuerto, una sala que depende del estado español. Pero, sorprendentemente, la única autoridad estatal presente era un personaje mucho segunda fila, el baches-delegado del gobierno español en Barcelona, Emilio Ablanedo.
La reunión, con toda normalidad, de Romeva con los ministros de Asuntos Extranjeros alemán y francés causó un evidente malestar en Madrid, incluso dadas las circunstancias. Aislar la diplomacia catalana ha sido una prioridad de la actuación del estado español estos últimos años y ni siquiera las circunstancias más que excepcionales de aquel momento no rebajaron el malestar del gobierno de Rajoy. Todas las fuentes coinciden en decir que no implica ni implicará ningún cambio a corto plazo en cuanto a la política de los dos países en el conflicto abierto en Cataluña, que es de apoyo al estado español. Pero también sostienen que el contraste entre la ausencia del gobierno español y la gran capacidad del gobierno catalán impresionó los máximos responsables de la diplomacia francesa y alemana.